
En este mundo que nos ha tocado vivir, hay conflictos que ciertamente son complejos, complicados de entender, difíciles de explicar. La guerra de Ucrania, casi todos los enfrentamientos de los Balcanes, muchos de los conflictos en el continente africano, pertenecen a esta categoría.
Por suerte o por desgracia, no es el caso del conflicto palestino-israelí. Cuando alguien afirma que es un conflicto complejo, con casi toda seguridad es proisraelí. Porque este conflicto no es nada complicado, todo lo contrario. Lo que sí resulta eminentemente complicado, de hecho imposible, es justificar a Israel.
Por esto, quienes lo apoyan intentan complicar, enredar, despistar, para que se deje de ver lo obvio. Porque el conflicto en sí es muy fácil de explicar: un proyecto colonizador europeo se está apropiando de una tierra no europea, y la población autóctona resiste desde hace más de un siglo. Así de sencillo. Así de claro.
Como dice el historiador Ilan Pappé, nacido en Israel, pero antisionista y propalestino, “no se debería permitir ninguna discusión sobre lo que ocurre hoy en Israel o en Palestina sin hablar del sionismo.”
El sionismo es la ideología que pretende establecer un estado nacional judío en Palestina. Esto, por definición, no se puede llevar a cabo sin lo que Pappé llama “la eliminación del nativo”, en este caso del pueblo palestino. Y esta es la única causa del conflicto. Sin sionismo no habría en Palestina ni guerras, ni personas refugiadas, ni terrorismo, ni enfrentamientos entre religiones o étnias.
Todo esto es tan evidente, que quienes hacen apología del sionismo tienen que volverse dos o tres mil años atrás para argumentar la pretendida complejidad de asunto y encontrar alguna justificación a su proyecto colonial. Por entonces vivía en estas tierras, o en partes de ellas, un pueblo denominado hebreo o israelita, de religión judía.
Preguntarse si la descendencia de aquella población son las distintas comunidades judías de Europa, África y Asia, o más bien la población palestina actual, puede tener cierto interés académico, pero para el conflicto político actual es como debatir sobre el sexo de los ángeles. Porque, ¿en qué otra parte del mundo nos remontamos dos o tres milenios atrás para justificar la creación de un estado?
Oras voces argumentan la complejidad del conflicto por el antisemitismo y el Holocausto. El antisemitismo, no cabe duda, ha sido y es una lacra de la historia de Europa y del mundo occidental, culminado de forma atroz en el Holocausto. Pero todo esto no puede justificar la colonización sionista de Palestina. El antisemitismo es un problema europeo, y en Europa ha de solucionarse. Desafía la lógica y el más elemental sentido de justicia que sea el pueblo palestino quien pague por ello.
Otros argumentos son el terrorismo o el enfrentamiento entre religiones. Cabe recordar que el terrorismo también lo introdijo el sionismo en Palestina en los años 30, y que el ejército israelí es el heredero directo de estos grupos.
Y dejar claro que no es un conflicto entre religiones. Ni la población palestina ni ninguna de sus organizaciones se oponen al judaísmo, sino a la ocupación colonial de su tierra y al intento de erradicación como pueblo.
Así que no dejemos que nos enreden. No es un conflicto complejo. No hay nada complicado en entender el intento de exterminio de un pueblo. Y esto es la lucha del pueblo palestino, por su supervivencia, por su dignidad. Y si tenemos algo de humanidad, tenemos que estar a su lado.