¡Qué sencillo resulta hablar de derechos cuando la retórica se apodera del vocabulario!. Total, si en realidad es emplear palabras elocuentes que todo el mundo compartimos y a las que nadie puede poner tacha.
En cambio, si acercamos el foco y miramos con interés, empezaremos a verle las costuras a toda esa declaración de derechos que todo ser humano debería tener garantizado para vivir una vida normalizada.
Entiéndase por “normal” aquella que garantice un trabajo decente, con un salario acorde al precio que hoy cuesta una buena alimentación y un techo que dé seguridad y refugio al que volver cada noche. Pan, techo y vivienda. Aquí es donde se acaba la retórica. Es simple. No se trata de mucho más y en cambio, ¡cómo empieza a incomodar el resumen!, ¿verdad?.
No mires cómo especulan con la vivienda, sino que no te okupen tu casa, no preguntes el nombre de tu vecino sino míralo con recelo porque parece que le va bien cuando a ti no te salen las cuentas y así, una larga letanía para acabar contaminados, engañados, de recelos y prejuicios.
La desesperanza que provoca un sistema que sólo vela por hacer más ricos a los que ya tienen mucho, ha alcanzado cotas tan extremas de injusticia y desigualdad que, frente a la falta de escrúpulos de una economía devoradora de personas, sólo hemos sido capaces de alcanzar a ver el discurso del frentismo y en él nos hemos instalado. Pobres que odian y culpan de sus desgracias a otros pobres, pobres que justifican lo injusto como tabla de salvación para sus penurias y, desviando la mirada de horizonte, cada cual desde su soledad y angustia haciendo cada uno la guerra por su cuenta. No mires cómo especulan con la vivienda, sino que no te okupen tu casa, no preguntes el nombre de tu vecino sino míralo con recelo porque parece que le va bien cuando a ti no te salen las cuentas y así, una larga letanía para acabar contaminados, engañados, de recelos y prejuicios.
El método está funcionando. Es un juego donde las reglas las ponen los que siempre ganan porque juegan con cartas trucadas. Y a todo ello, ni los medios de comunicación ni quienes dirigen nuestros destinos deciden ponerle fin.
Mientras continuemos consintiendo una sola visión del mundo, egoísta, donde el “yo” no corresponda a un “nosotros”, siempre ganarán los trileros.
Ayer, 10 de diciembre, la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía en Córdoba entregó su premio anual a un colectivo sencillo que sabe cuál es su sitio en el mundo. Militante de base y vecinal de apellido, la Asociación Vecinal de Valdeolleros ha merecido este reconocimiento por saber conjugar el plural de los derechos para la vecindad. Plural de dignidad y apoyo, plural de sentido común y justicia. El plural de saber que somos los y las muchas las que tienen en sus manos, si lo ejercemos, el poder de dictar que los derechos humanos no sólo es cosa de una fecha y una retórica. Es la causa para conquistar derechos, los derechos humanos que todos y todas merecemos por el sólo hecho de ser humanos. Seamos quien seamos, vengamos de donde vengamos. Y motivación inspiradora, como si de un poema escrito y asumido se tratara, descubrir en su altar de los derechos traicionados, la bandera Palestina. ¡Esa!. Sí, la de la tierra de promisión, esa que lo fué origen y destino de culturas, y que hoy, es un pueblo traicionado clamando JUSTICIA Y DERECHOS. TODOS SUS DERECHOS CONCULCADOS.
Se trata de los derechos de todas y de todos y, ¡claro que se puede!, sino distraemos el foco.






