
La suspensión de la última etapa de La Vuelta 2025 por manifestaciones pro palestinas ha generado un debate intenso, cargado de crispación, revelando profundas contradicciones en nuestras escalas de valores. Lejos de sumar polarización, este incidente debería invitarnos a reflexionar sobre las prioridades humanas frente al interés deportivo.
Resulta revelador contrastar la indignación actual con la silenciosa aceptación que acompañó la suspensión de la Vuelta a Andalucía 2024, interrumpida por protestas de agricultores aleccionados. Episodio inadvertido donde nadie exigió medidas punitivas. Los “amantes” del ciclismo tampoco recordarán 1978 donde se suspendió la última etapa, solo con troncos. La discrepancia en las respuestas plantea preguntas incómodas: ¿por qué unas protestas merecen mayor repudio que otras? ¿Acaso 50.000 vidas perdidas en Gaza valen menos que 50.000 tomates?

Quienes defienden la separación absoluta entre deporte y política demuestran graves inconsistencias. Pedro Delgado, debería recordar que en 1988 su victoria en el Tour de Francia se salvó gracias a la intervención directa del gobierno, que movilizó la diplomacia cuando el Tour publicó que se dopó con probenecid, reconocido enmascarador por el COI, no por la UCI. La acción política preservó su triunfo deportivo. Mirroir du Ciclisme publicó una portada histórica: “Pedro Delgado, le reste est silence… “.
La UCI, que cuestiona la capacidad de España, carece de autoridad moral para dar lecciones. Expulsaron rápidamente a ciclistas y equipos rusos tras la invasión de Ucrania, pero permanecen en silencio cómplice cuando Gaza se ha calificado como genocidio por la ONU. Ellos, que encubrieron el dopaje de Armstrong y otros durante muchos años, priorizando sus ingresos sobre la integridad deportiva. Esa UCI que perdió a una corredora en el mundial BTT de 2024, que murió por retraso en asistencia, cuya preocupación máxima es regular la altura de los calcetines o la anchura del manillar. Los incidentes en ciclismo son frecuentes: hemos visto a Froome corriendo sin bicicleta tras ser derribado, a Flecha y Hoogerland estrellados contra una valla de espino por un coche de organización, a Sagan derribado por una moto oficial, espectadores interfiriendo físicamente con corredores en numerosas ascensiones, caídas escalofriantes por llegadas mal diseñadas… la seguridad siempre es relativa cuando conviene al espectáculo.
Para los que dicen: «¡Ea! ya han arreglado lo de Palestina», conviene recordarles que derechos hoy fundamentales – trabajar ocho horas o prohibición del trabajo infantil – fueron conquistados mediante manifestaciones que fueron tachadas de revolucionarias en las que sus defensores encontraron, a veces, la muerte.
La suspensión de una etapa, que no afectaba la clasificación, debe verse en su justa medida: una molestia menor comparada con la magnitud de la tragedia humana en Gaza. El mundo recordará dentro de décadas lo que ocurre en Gaza, mientras que esta etapa será apenas una nota a pie de página para historiadores del ciclismo.
Priorizar lo humano no es justificar la violencia, sino rechazar la doble moral y la manipulación selectiva del escándalo. Cuando el espectáculo deportivo eclipsa nuestra compasión básica, todos perdemos nuestra humanidad común. Si hay que elegir entre el espectáculo y la conciencia, algún día nos avergonzará haber dudado. La historia juzgará no quién ganó una etapa, sino cómo respondimos ante el sufrimiento humano.
Valentin Priego es, entre otras cosas, ex triatleta, deportista, entrenador, organizador deportivo, co-fundador del movimiento bicicletas blancas y miembro de la Asociación Ibérica de Historiadores y Escritores de Ciclismo.