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De morado a las calles

Editorial del programa nº 242 del «¿Qué tal, cómo estamos»?, magazín semanal presentado por Ana Ferrando y Enrique Rodríguez que en esta semana dedica su artículo a la lucha contra las violencias machistas.

20 noviembre, 2025

Paradigma

Cada 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, las calles se tiñen de morado, con mensajes, pancartas y movilizaciones que claman por una realidad distinta. Sin embargo, más allá de los actos y de la retórica institucional, este día nos obliga a algo mucho más incómodo: mirar de frente a una violencia que persiste, que muta, que se instala en los espacios donde la convivencia debería ser segura, y que encuentra nuevas grietas por las cuales filtrarse.

Hablar de violencia machista es reconocer que sigue presente en los hogares, en las escuelas, en los centros de trabajo y en los entornos digitales. Y es, también, aceptar que las estadísticas no son números: son vidas interrumpidas, proyectos fracturados, familias en duelo y comunidades marcadas por el miedo.

La violencia machista no es un fenómeno aislado ni un conjunto de casos excepcionales. Es una estructura social que se alimenta de desigualdades históricas, de silencios normalizados y de resistencias insuficientes. Hablar de ella es reconocer que sigue presente en los hogares, en las escuelas, en los centros de trabajo y en los entornos digitales. Y es, también, aceptar que las estadísticas no son números: son vidas interrumpidas, proyectos fracturados, familias en duelo y comunidades marcadas por el miedo.

En este contexto, el 25 de noviembre no debería ser una fecha ceremonial, sino un recordatorio permanente de una deuda social todavía pendiente. Porque aunque se ha avanzado en legislación, sensibilización y acompañamiento institucional, la realidad demuestra que no basta. Persisten los estigmas hacia quienes denuncian; se cuestiona a las víctimas más de lo que se interroga a los agresores; y los discursos que relativizan o niegan la violencia ganan terreno en algunos sectores, disfrazados de “debate” o “opinión”, pero con consecuencias devastadoras.


El enfoque social es imprescindible. La violencia machista no se combate solo con leyes —aunque sean necesarias—, sino transformando la cultura que la sostiene. Y esto implica revisar nuestros patrones de socialización, la educación afectivo-sexual que reciben niños y jóvenes, la representación de las mujeres en los medios, la distribución del trabajo dentro del hogar y la forma en que entendemos las relaciones de poder.

También exige comprometer la mirada hacia lo que no siempre resulta visible: la violencia económica que condiciona la autonomía de tantas mujeres; la violencia psicológica que erosiona lentamente la autoestima; la violencia digital que se intensifica en redes sociales y plataformas; la violencia institucional que aparece cuando las respuestas del sistema llegan tarde o llegan mal. Nombrarlas todas es reconocer la amplitud del problema y la diversidad de sus víctimas.

La sociedad no puede limitarse a reaccionar ante los casos más mediáticos. Debe sostener un compromiso diario, que pasa por acompañar, escuchar, creer y actuar. Pasa por cuestionar actitudes propias, por no permitir bromas o comentarios que perpetúan estereotipos, por exigir recursos estables y políticas públicas que sobrevivan a los ciclos electorales. Y pasa, sobre todo, por comprender que la lucha contra la violencia machista no es una causa de mujeres: es una causa de justicia social.

Pero también sabemos que existe una ciudadanía que no está dispuesta a retroceder. Las calles repletas, la fuerza del movimiento feminista, los colectivos que atienden en primera línea y las voces que se niegan a callar son prueba de ello.

Cada 25 de noviembre sabemos que hay más trabajo por hacer. Pero también sabemos que existe una ciudadanía que no está dispuesta a retroceder. Las calles repletas, la fuerza del movimiento feminista, los colectivos que atienden en primera línea y las voces que se niegan a callar son prueba de ello. Cambiar una cultura de siglos lleva tiempo, sí; pero ese cambio empieza cada vez que una persona decide no mirar hacia otro lado.

En esta fecha, más que recordar, toca asumir responsabilidad. Porque la violencia contra las mujeres no es inevitable: es el resultado de un sistema que aún podemos, y debemos, transformar. Y hacerlo no es un gesto simbólico. Es una urgencia social.

El 25N saldremos de morado a las calles.

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Redacción

Esta actividad tendrá lugar a las 17:30 horas en la Biblioteca Central Antonio Gala.

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